Ciencia, intento de reflexión desde la tragedia de la
cultura
Lo que se
habla de ciencia actualmente, siempre se hace desde un referente que se ha
establecido previamente, de tal razón no todo conocimiento se puede tomar como
científico. Las ideas que se tienen generalmente en torno a la ciencia, se
caracterizan por otorgarle a esta una definición precisa, inamovible y
estática, pero si se reflexiona es una práctica que está en constante
transformación y por ende es totalmente dinámica. No obstante, es
imposible desconocer que dentro de las prácticas de la misma existe una postura
hegemónica, la cual se tiene como referente en el momento de hacer una práctica
científica, dado que la ciencia es ante todo una institución que se guía por
una serie de normas dentro del sistema. Es
importante observar cómo en el imaginario social se concibe la ciencia y cómo se relacionan estas concepciones con el discurso de la institución
científica.
Ciencia como
cultura.
La
cultura y la ciencia como actividades humanas que se toman por separado o que
no tienen ninguna relación, es una idea que se ha podido registrar dentro de
los círculos académicos, no obstante, es vital reflexionar sobre la esencia de
la ciencia para concluir que es un hemisferio que se relaciona estrechamente
con el ámbito cultural, la ciencia no es algo que sea parte de la naturaleza
como lo es un fruto, sino que es una invención creada y desarrollada por
el trabajo de seres humanos. Siendo una construcción social que ha logrado
tener asiento material en la sociedad por medio de elementos como la tecnología
y también una dimensión simbólica; siguiendo los planteamientos de Juan
Pimentel, “la ciencia se nos presenta con un tinte más físico, más cercano a un
bien de consumo con el cual se comercia y por otro lado se presenta como una
actividad de gran significancia en la conducta humana, una práctica donde se
plasma y observa las fuertes relaciones entre orden natural y social”.
(Pimentel, 2010, p. 7)
Noción de
cultura en Simmel
La
cultura se caracteriza fundamentalmente por ser un desarrollo humano, donde es
necesario alterar o modificar el curso natural de algo, sin embargo no toda
modificación del entorno traduce cultura, esta modificación debe ser pensada y
voluntaria ya que esta intervención del ser humano dota de nuevas
características a ese elemento que en un estado solitario nunca podría llegar a
obtener. El ser humano es el portador de cultura y como tal tiene la capacidad
de potencializar lo que encuentra en la naturaleza y desatar nuevas formas que
no están contenidas en los elementos de ésta.
Simmel,
para entender la cultura realiza una distinción de esta con la naturaleza, con
el fin de dar cuenta de las alcances de cada una, la naturaleza se comprende
como un desarrollo que sigue un hilo causal determinado, es decir su
perfeccionamiento más acabado se limita a las posibilidades que ella misma
brinda. Este estado finaliza en todo momento que una voluntad ajena a ella
conduce a un elemento a una etapa que nunca podría alcanzar bajo la deriva de
la naturaleza, es así que cuando hay una actividad teleológica humana, finaliza
la naturaleza y da paso a la cultura.
“La
cultura nace- y esto es lo esencial para su comprensión- en la concurrencia de
los elementos que, aisladamente, no la contienen” (Godoy, 2012, p. 9) [2]. El ser humano como único portador de cultura, posee dos
significaciones dentro de este ámbito, como ser que se impulsa y fortalece en
la construcción de su perfeccionamiento y el ser humano que por otro lado se
objetiva. El primero está asociado a lo que Simmel denomina “cultura subjetiva”
que se comprende como todos los elementos que se dispongan para el cultivo
interior del ser humano, el cual tiende a ser intimo frente a lo exterior; por
ejemplo un artista. El segundo, se identifica en la “cultura objetiva” esta se
comprende, como las invenciones producto de las producciones sociales de las
personas, que trascienden y permean fuertemente en la sociedad, llegando a
solidificarse tanto que adquieren autonomía; por ejemplo el lenguaje. (Morresi,
2007).
Estos dos
elementos de la cultura aunque a primera vista parecen dicotómicos, están
asociados, dado que el sujeto no se desenvuelve en una sola parte de la
cultura, sino que convive en la tensión de su alma subjetiva y la sociedad
objetivada que logra extenderse a muchos ámbitos y esferas de la vida,
obstruyendo el desarrollo individual y subjetivo para subsumir e incorporar al
individuo a las dinámicas de la cultura objetiva propias de la sociedad
moderna.
La
ciencia como otras esferas de la vida, ha sido parte del proceso de
internacionalización, que ha llegado a consolidarse por medio de la
investigación y comunidades científicas que estimulan la producción de la misma[3], pero esta
consolidación se ha dado también por la relaciones de poder que se manejan en
torno a esta, dado que el conocimiento se ha considerado objetivo y con
carácter de cientificidad cuando proviene desde los centros académicos
tradicionales. Se puede ver que América Latina ha estado determinada por las
relaciones centro-periferia en términos socio-culturales, económicos y
académicos, así que las producciones culturares, y en este caso las científicas
han estado guiadas bajo el imaginario del centro como foco de producción científica
“pura”.
Este
modelo de determinar la -ciencia pura- a un topos determinado ha sido una
discusión que se ha dado en las últimas décadas, lo que ha generado este modelo
hegemónico y cerrado de lo que puede ser ciencia, ha sido una coerción para
otras regiones como Latinoamérica en el momento de aportar al conocimiento. Si
bien las producciones humanas emergen de un contexto y lugar específico,
convirtiéndose en referentes para otros grupos humanos, en el caso de la
producción científica latinoamericana, lo que se dio en gran medida fue un
proceso de acoger sin beneficio de duda, que incorporó elementos para la vida
práctica que no respondían ni abarcaban las necesidades de este contexto
particular; la producción de conocimiento europea determino fuertemente las
prácticas científicas de este topos, Sus prácticas y métodos trascendieron
su contexto cristalizándose en otras regiones y logrando
condicionar las prácticas de estas.
La
ciencia como construcción social de nuestra cultura ha logrado transformarse
tanto que es algo ajeno, o ya está dado para nosotros, a partir de sus formas
de hacer ciencia (método) que determina el proceder de un conocimiento para que
este sea validado. Desde Simmel se comprende esto a partir de que la cultura se
solidifica de tal modo que esas producciones de los seres humanos se presentan
como algo independiente, como una objetividad extraña a él, perdiendo la
-esencia o animación- de que le imprimen desde su ser subjetivo.
La
validación del conocimiento, se da por medio de la institucionalización de la
ciencia y la creación de una serie de parámetros para evaluarla y difundirla;
por ejemplo la cienciometría sirve como herramienta para “medir” y analizar el
prestigio de las producciones científicas[4], si bien
dentro de las comunidades científicas es esencial las valoraciones de su grupo,
algunas formas en cómo se evalúa la ciencia, son muy cerradas y se vuelven
dominantes, determinando el quehacer científico, es decir encasillando a los
sujetos portadores y productores de ciencia.
Aquí se
expresa en su más viva expresión la tragedia de la cultura enunciada por
Simmel, quién valida el conocimiento, es la ciencia como organismo
institucional generando relaciones de poder que se desprenden de esta práctica,
llegando a adquirir hasta connotaciones ideológicas de los grupos que la
–administran-, convirtiendo esta actividad humana ajena a la voluntad de los
mismos, no obstante como aquí confluyen relaciones de poder es algo que se
maneja por minorías, fijando el cómo y el para qué se hace. Se materializa en
tragedia de la cultura en el sentido que limita y dictamina que
conocimiento es científico, cuál está validado y cuál puede ser
circulado; se vuelve ajena a sus creadores, trascendiéndolos y objetivándolos
pues la ciencia como práctica
se ha convertido en algo exterior a los seres humanos que se impone ante ellos
en su objetivo de ser universal y explicar toda la realidad.
La
ciencia pasa de ser una actividad con la cual los sujetos se cultivan y
alimentan su curiosidad y deseo de conocer, algo puramente subjetivo transita a
un proceso de objetivación fruto de la sociedad moderna y la división del
trabajo que aumenta el fraccionamiento entre el alma subjetiva y el espíritu
objetivo.
La
ciencia, desde la tragedia de la cultura permite reflexionar como esta en la
sociedad actual es tan inabarcable y compleja debido a la alta especialización,
las lógicas del alto consumo generan un sinfín de posibilidades para los seres
humanos que al ser tantas dejan muchas al lado, o las conocen superficialmente,
esto también se traduce en el ámbito académico por la alta división en
especialidades de las ramas del saber, no
permiten ni es posible que los sujetos accedan a la totalidad y por términos
prácticos se enfocan en aspectos específicos de su área de interés, por otro
lado, desde lo extensa que puede ser la ciencia en cuanto a su producción y su
objetivo universalista, se desenvuelve bajo lógicas que ella misma crea
llegando a un grado tal de autonomía que incide en lo que piensan y producen
los sujetos sobre ciencia, trascendiendo la voluntad de estos y alejándolos de
su cotidianidad, en otras palabras de su ser intrínseco.
La
práctica científica antes de ser una relación de intereses, o una objetivación
del entorno, es una producción cultural en pro del cultivo y trasformación
de la naturaleza con miras al progreso, así que esta tensión que se sufre en lo
subjetivo-objetivo, más que una dificultad, se puede ver como un reto para los
seres humanos, pues como enuncia Bunge conviene cultivar el espíritu y la
fantasía con el fin de refrescar nuestra sociedad “…necesitamos políticos con
la imaginación de Borges o de un Einstein. No para escapar de los atroces
problemas de la sociedad moderna, sino para abordarlo con tanta imaginación
como información” (Bunge, 1999, p.52)
Referencias
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En:Nueva Sociedad, (núm. 245), p.14.
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§ Naukas.
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§ Simmel.
(2001) El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de la cultura. Ediciones
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§ Simmel.
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